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martes, 7 de julio de 2015

Sobre deudas y acreedores



Al margen de permitir consultar publicaciones de mayor o menor actualidad, las librerías jurídicas de Madrid se han diseñado como lugares gratos para pasar un rato consultando todo tipo de literatura y encontrar algunas sorpresas. Para mí lo fue saber, hace algunas semanas, que entre los best selllers de una de esas librerías se encuentra un opúsculo de Honoré de Balzac, publicado por primera vez en 1827, y cuya traducción española ha publicado Ediciones de Espuela de Plata en cuatro ediciones anuales, desde la primera de 2010, que es necesario reponer cada cierto tiempo ante el goteo de ventas. 


Hablo de un libro que es probable que después de cumplir 175 años haya encontrado en la severa crisis económica vivida en estos últimos años un decisivo acicate para mantener su actualidad. Su título: El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo, Madrid, 2014, 158 páginas. Al libro le revisten de actualidad los efectos concursales y patrimoniales de la sostenida crisis, que han orientado la legislación contractual y concursal de una manera manifiesta hacia una mayor protección del deudor, sobre todo si es un deudor común o un empresario (perdón, emprendedor) de reducidas dimensión. Esos deudores, si lo son de buena fe, poco tienen que aprender en las páginas del libro al que me refiero.

Las ideas y ocurrencias que allí se esgrimen recuperan actualidad a la vista de las cataratas de opiniones, afirmaciones, incertidumbres y propuestas que acompañan desde cualquiera de las partes al debate sobre la negociación entre Grecia y sus acreedores. Ahí sí que han aflorado algunos de los tópicos que se manejan en una relación de deuda. Por supuesto que hay notables diferencias en la solución del endeudamiento de un Estado (que es el futuro de sus ciudadanos) frente a la que afecta a un deudor privado, sobre todo cuando los acreedores principales de ese Estado son instituciones públicas. Mas esa diferenciación no es absoluta, como lo prueba que en ese marco aparezcan argumentos manidos. A alguno de esos argumentos me referiré en ésta y, posiblemente, en futuras entradas. 

En ésta lo hago porque en el libro al que me refería aparecen algunos de los argumentos clásicos del insolvente y moroso. Debo advertir que su lectura revela que el título no se corresponde con su contenido. Lo que realmente describe y aconseja el protagonista de las andanzas que traduce en diez lecciones no es tanto el arte de satisfacer sus deudas sino, precisamente, el de lograr lo contrario. Si el no pagar las deudas puede llegar a calificarse como un arte, entonces ese es el objeto del libro que describe cómo (sobre)vivir en la Francia de entonces, acumulando las deudas más variadas en cuanto a su origen y cuantía y sin llegar a pagarlas, ni hacer intención de hacerlo. No faltan situaciones o justificaciones que siguen siendo actuales, cuando la incapacidad de cumplir las obligaciones (la insolvencia) se ha convertido en la causa de tantos procedimientos (aunque parece que la tendencia a un menor número de concursos está consolidada) en los que de manera cotidiana se plantea la dialéctica entre el deudor y sus acreedores sobre el cumplimiento de las obligaciones del primero. De convenios y liquidaciones ya hemos hablado y hablaremos. El artista cuyas andanzas relata Balzac aporta una nueva solución que cristaliza en la convocatoria a todos sus acreedores. Después de una estancia hospitalaria, el protagonista comparece ante todos ellos en un restaurante con gran solemnidad y menguadas fuerzas (pero rostro incólume, como se verá) dispuesto a anunciarles su incapacidad de pagarles. Transcribo algunas de las frases más provocadoras de su discurso, si bien omitiendo las reacciones que siguen por parte de los acreedores:

Cada uno de ustedes encontrará aquí escrito: la suma total de lo que se le debe, contando capital e intereses. …Pero, señores, estarían equivocados al pensar que aquí existen pasivos y activos, como es habitual para los comerciantes agremiados. … No, señores, no. Sólo les presento pasivos. … Sin embargo, no teman recibir diez por ciento o veinte por ciento o hasta cuarenta por ciento de lo que les debo legalmente. … Soy incapaz de una bajeza tal, sería una gamberrada, y prefiero optar por no pagarles nada en absoluto. Y esa es mi decisión. Todos ustedes no recibirán ni un solo céntimo!. …

Fue así que descubrí el gran significado del crédito, y me di cuenta de que está basado y reposa en un solo método, ciertamente peculiar, pero muy sólido: que con una fidelidad inquebrantable no hay que pagarle deudas a nadie. …

Pero yo siempre he considerado como mi deber –y esto hasta el último momento de mi existencia política y social-, repartir mis préstamos, que muy frecuentemente fueron obligatorios, de tal manera que el día de mi fallecimiento sean compartidos por un número elevado de cabezas, y sobre todo por los más ricos. …

Pero señores, ¿qué significa esta miserable pérdida comparada con aquellas que despiadadamente les propina el miserable sistema financiero, que acaba de serles presentado?. … Francamente una bagatela, comparada con las incalculables ventajas que tendrían en el futuro con el nuevo sistema de crédito, préstamo, y amortiguación que estoy por presentarles. He asignado a mi sobrino la tarea de desarrollarlo, redactarlo, e imprimirlo, para que sea útil a la colectividad, y para que, por mi ejemplo, se le abra al Estado una nueva fuente de felicidad. …

¡Sí señores! Si ahora quisiera extenderme sobre los beneficios que les he aportado y los que aún estoy por ofrecerles, me sería en efecto muy fácil probarles que son ustedes mis deudores, pero prefiero despedirme de ustedes con el sentimiento halagador que estamos totalmente en paz. …

Le he servido de ejemplo al rico. Le he ayudado al pobre. En realidad no he hecho otra cosa que desplazar algunos de sus inmensos capitales para llevarlos a plazas donde podían ser mejor utilizados. Empecé con el nivelamiento de las montañas de oro que el destino inconscientemente amontonó sobre ustedes. El destino hasta ahora fue ciego, de forma que le he abierto los ojos, mis Memorias harán el resto …”.

El deudor dejó a su sobrino la misión de exponer ordenadamente sus lecciones a deudores y acreedores. Lecciones que pretendían ser un manual para el perfecto jeta decimonónico y que en no pocos lugares siguen encontrando alguna vigencia. Páginas que son un supremo ejercicio de ingenio y cinismo, que atrapa al lector y que, conducido por el contumaz deudor que también fue Balzac, le conducen a simpatizar con el eterno deudor.

El ejercicio de simpatía para con el tío deudor da un giro en las últimas y escasas páginas que ofrecen las conclusiones del cabal sobrino quien, al margen de otras reflexiones finales y tras lamentar no haberse reído con los “chistes” que su tío planteaba con respecto a los acreedores, recuerda el final que comparten casi todos los deudores, con independencia de la mayor o menor gracia y habilidad aplicadas en la lidia de sus perseguidores:

Sé muy bien, y todo el mundo lo sabe, que las leyes de la sociedad permiten en estos casos –por medio de una de esas contradicciones en nuestras costumbres, de las cuales podría nombrar con facilidad varios ejemplos-, lo que la ley condena. También sé que durante el día los tribunales sentencian a los deudores, pero que en la noche las obras de teatro se burlan de los acreedores, y que en cierto modo hay un acuerdo entre el gran mundo y el teatro, para reírse de las burlas que se hacen a los acreedores. Pero con el tiempo los acreedores se cansan; cuando han comprobado que todos los caminos son infructuosos, se cansan de postergar siempre una y otra vez el plazo que se les pide, finalmente se vuelven firmes y obtienen una orden de la Corte que les permite exigir el cumplimiento forzado”.

Una buena advertencia para algunos deudores que parecen no distinguir entre la realidad y la ficción, o que padecen una desorientación temporal que les lleva a pensar que, aun siendo las 12 del mediodía, están a punto de acceder a los teatros, cuando a donde se les conduce es a un Juzgado.

Madrid, 7 de julio de 2015